Solo existen dos tipos de personas en el mundo, solo dos, ninguna más: las que son más de tipos como Riccardo Calafiori y las que son más de tipos como Mauro Arambarri.
Hay quienes dicen eso de que los buenos futbolistas nunca son guapos. Cierto es que no supone ningún plus; de hecho es, hasta cierto punto, un hándicap. Nos compadecemos más de alguien cuando nos resulta feo que cuando nos resulta guapo, como si a los guapos se les exigiese más por el mero hecho de serlo. O como si sus desdichas pesasen menos: de qué te vas a quejar, si eres guapo. La belleza es algo complejísimo e intrincadísimo. El fútbol de Riccardo Calafiori también es bello, aunque en el sentido más rebelde y anárquico de la palabra. Uno no está acos tumbrado a ver defensores de metro noventa fluyendo como él. Le encanta ir hacia delante. Se adentra en la jungla sin miedo, como si fuera Mowgli o Tarzán. Arambarri, seguro, sería entonces Kerchak, o mejor dicho Terk y Bordalás Kerchak, eso mejor. No son dos modelos antagónicos, ni mucho menos, nunca, todo lo contrario: en el Arsenal de Arteta se pueden ver tintes de fútbol inglés de siemrpe, ya sabéis, David Moyes. Seguro que Gonzalo es más de Arambarri, así como Álex, al que en realidad le costaría más reconocerlo o al menos caer en la cuenta. A Rafa no hay ni que preguntarle, y a Jorge en realidad tampoco, aunque quizá sí, ni siquiera él lo sabe.